Por ahí anduve más de una vez, y un día casi me quedo cuando me miró una mona pretenciosa. Me costó desprenderme de esa mirada, sacudirme la extraña sensación de haber sido reconocido. Como sé que somos todos parientes y no desprecio a nadie pues ahora sé que yo provengo de 7 etnias distintas por sangre, fisonomía, calavera, esqueleto y porque calzo 46 en el izquierdo y 43 en el derecho, no me confundo ni entusiasmo con monas frívolas. Bien. Ese día en el zoo, completé 8 dosis de mi ADN.
Ahí tiene Mayita que haberme reconocido por la nariz en algún descendiente de esa mona porteña. Y haberse visto ella también, aunque rubia y nacida lejos, pero por mí y su mamita, por lo menos adivinado, de dónde venimos. Que la pregunta le quede grabada para siempre y se convierta en una investigadora palio, etno, antro, zoo, arqueo y otras disciplinas que ayudan a que no seamos tan vanidosos de creernos los elegidos de Dios, que a Él debemos volver, el centro del universo, los únicos y que somos los querubines que custodian el Paraíso Perdido del Edén, las Espadas Refulgentes. Modestamente, digo, con cierta seriedad: de mí se enamoró la mona más peluda del Zoo de Buenos Aires: lo triste es que no era la más bella entre todas esas chiquillas peludas, la recuerdo neurótica a escondidas y daba manotazos terribles de alcanzar lo que no le pertenecía. Además porque casi me comió todo el maní que tenía en mi bolsita. Ahora soy terrible de egoísta con todas las monas que me miran, a nadie le doy maní, menos la mano.
Ahora, ¡que tranquilidad el sentirme libre de ella! Si no hubiera sido tan tímido, capaz que me quedaba para siempre en Buenos Aires.
¿Ah! ¡Qué recuerdos me trajeron en este frío otoño berlinés, las fotos de Mayita en La Plaza Italia, donde está el Zoo de mi antigua ciudad.
1 comentario:
El otoño de Berlín.
Mayita en el zoológico de Buenos Aires.
Por ahí anduve más de una vez, y un día casi me quedo cuando me miró una mona pretenciosa.
Me costó desprenderme de esa mirada, sacudirme la extraña sensación de haber sido reconocido.
Como sé que somos todos parientes y no desprecio a nadie pues ahora sé que yo provengo de 7 etnias distintas por sangre, fisonomía, calavera, esqueleto y porque calzo 46 en el izquierdo y 43 en el derecho, no me confundo ni entusiasmo con monas frívolas.
Bien. Ese día en el zoo, completé 8 dosis de mi ADN.
Ahí tiene Mayita que haberme reconocido por la nariz en algún descendiente de esa mona porteña. Y haberse visto ella también, aunque rubia y nacida lejos, pero por mí y su mamita, por lo menos adivinado, de dónde venimos.
Que la pregunta le quede grabada para siempre y se convierta en una investigadora palio, etno, antro, zoo, arqueo y otras disciplinas que ayudan a que no seamos tan vanidosos de creernos los elegidos de Dios, que a Él debemos volver, el centro del universo, los únicos y que somos los querubines que custodian el Paraíso Perdido del Edén, las Espadas Refulgentes.
Modestamente, digo, con cierta seriedad: de mí se enamoró la mona más peluda del Zoo de Buenos Aires: lo triste es que no era la más bella entre todas esas chiquillas peludas, la recuerdo neurótica a escondidas y daba manotazos terribles de alcanzar lo que no le pertenecía. Además porque casi me comió todo el maní que tenía en mi bolsita. Ahora soy terrible de egoísta con todas las monas que me miran, a nadie le doy maní, menos la mano.
Ahora, ¡que tranquilidad el sentirme libre de ella! Si no hubiera sido tan tímido, capaz que me quedaba para siempre en Buenos Aires.
¿Ah! ¡Qué recuerdos me trajeron en este frío otoño berlinés, las fotos de Mayita en La Plaza Italia, donde está el Zoo de mi antigua ciudad.
Un abrazo moníaco y oloroso de este otro mono.
Desde Berlín.
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